Fragmentos de autor

Quien escribe está traicionando a alguien.


Este texto fue publicado en la edición 164 del suplemento Ñ de Clarín y según esta publicación, es uno de una recopilación de notas escritas por Saramago para diarios de Lisboa entre 1968 y 1969.

Pienso que quien escribe lo hace como en el interior de un cubo enorme, donde no existe otra cosa que una hoja de papel y la palpitación de dos manos veloces, vacilantes, alas violentas que de golpe caen de costado, cortadas por el cuerpo. Quien escribe se rodea de un desierto que parece infinito, reino esmeradamente despoblado para que quede apenas la imagen de un campo abierto, de una mesa de copista a la sombra de un árbol inventado, y un perfil anguloso que hace de todo para parecerse al hombre. Quien escribe trata de ocultar un defecto, un vicio, una tara a sus propios ojos indecente. Quien escribe está traicionando a alguien.
(...)No tengo ninguna historia para contar. Estoy harto de historias como si de pronto hubiera descubierto que todas fueron contadas el día en que el hombre fue capaz de decir la primera palabra, si es que hubo una primera palabra, si es que las palabras no son todas, cada una y a cada momento, la primera palabra.
(...)Es realmente un placer estar sentado a la sombra de un árbol inventado, en este cubo inmenso, en este desierto infinito, escribiendo con tinta desde lejos ¿a quién?. Más allá del hilo que separa las arenas del cielo, tan distantes que sentado no las veo, van las personas que leerán las palabras que escribo, que las despreciarán o las entenderán, las guardarán en la memoria el tiempo que ésta lo permita y las olvidarán, como si fueran apenas el jadeo sofocado de un pez fuera del agua. Sentado en medio del campo despoblado, quien escribe mantiene su perfil curvo para que no se pierdan las huellas de una humanidad que a cada instante se vuelve más imprecisa. Y va trazando signos en el papel, deseoso de que se vuelva abierto y cóncavo como el cielo nocturno para que eno se pierda el incoherente discurso, guardado ahora en pequeñas luces que tardarán más tiempo en morir.
¿Quién leerá el mensaje intraducible al lenguaje del comer y el beber? ¿Quién lo llevará consigo a la cama, más la mujer o más el hombre con el cual dormirá? ¿Quién dejará en suspenso el arco del pico, el movimiento del martillo, para escuchar lo que no es una historia narrada de la ciudad grande e infeliz? ¿Quién acercará el camión al borde del camino, en el espacio del libre estacionamiento, con sombras diseminadas, para saber, respirando el aceite y el calor del motor, las noticias de Júpiter gigante en el cielo negro? ¿Quién reclamará como suyo lo que fue escrito en el interior del cubo, en el lugar donde se hunde el compás, en la intersección entre quien escribe y el tiempo? ¿Quién justificará, en fin, las palabras escritas?
Y es un placer también hacer preguntas cuando sabemos que no tendremos respuesta. Porque se podrán agregar otras ociosas como las primeras, igualmente impertinentes, igualmente capaces de consolación a la vuelta del silencio que las recibirá. Sentado en el desierto, quien escribe se sentirá dulcemente incomprendido, llamará en su auxilio a los dioses que más ama, se confiará a ellos, y juntos, punto por punto, sabrán encontrar las buenas razones, los apaciguamientos de la conciencia, hasta que el benéfico sueño los reúna y los retire de este bajo mundo.
Que no sea así esta vez, con todo. Que quien escribe pliegue su mesa, la convierta en su carga y su mochila, si no está en condiciones de modificarlo de otro modo, que mute la hoja en bandera y enfrente la travesía del desierto, en las tres dimensiones del cubo, donde están las personas y las preguntas que hacen. Entonces el mensaje será traducible, será mantel para el pan y con él nos protegeremos del frío. Entonces volverán a contarse las historias que hoy decimos imposibles. Y todo (tal vez de verdad, tal vez de verdad) comenzará a ser explicado y comprendido. Como la primera palabra.


José Saramago.
Traducción de Cristina Sardoy.





Las palabras



...Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan.

Me posterno ante ellas... Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito... Amo todas las palabras. Las inesperadas... Las que glotonamente se esperan, se escuchan, hasta que de pronto caen...

Vocablos amados. Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío... Persigo algunas palabras...

Son tan hermosas que las quiero poner en mi poema. Las agarro al vuelo cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas... Y entonces, las revuelvo, las agito, me las bebo, las trituro, las libero, las emperejilo...

Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola.

Todo está en la palabra. Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se colocó dentro de una frase que no la esperaba...

Tienen sombra, transparencia, peso, plumas. Tienen todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto trasmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas. Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada...

Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos. Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, tabaco negro, oro, maíz con un apetito voraz.

Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías... Pero a los conquistadores se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí, resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... salimos ganando. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Se llevaron mucho y nos dejaron mucho...

Nos dejaron las palabras.


 Pablo Neruda 

Comentarios

Entradas populares